Faltan solo dos horas para entregar el trabajo final y estoy a la mitad. Estoy nervioso, agitado, pero decidido.
Inundado de adrenalina, mis dedos digitan a una rapidez inusitada y mi cerebro toma decenas de decisiones en pocos minutos. En un despliegue de todo mi talento y mis superpoderes ocultos, comienzo a encontrar la información y la voy transformando en párrafos que se acumulan uno a uno en cámara lenta, formando todas las páginas que me faltaban. Faltan dos minutos para que se cierre el portal académico y en solo uno hago la carátula; y a segundos de la hora límite, como si fuera el final de un partido empatado, envío el archivo y anoto el gol agónico de la victoria. Lo logré, no sé bien como, pero lo logré.
¿Qué nos llega a postergar y dejar para el final lo que podríamos haber hecho tranquilamente y con planificación?
Postergamos por dos razones: La primera es porque tendemos a buscar lo placentero y a evitar lo arduo o trabajoso. La segunda, porque no nos sentimos capaces de realizar una tarea determinada (baja autoestima, inseguridad, etc.). Ambas causas nos pueden generar muchísimos problemas en los estudios, en el trabajo, en nuestras relaciones; pero sobre todo en nuestra salud mental y física.
Si las consecuencias son lo suficientemente graves para no postergar algo, lo haremos. Es decir, si el “castigo” por no hacer una tarea determinada será peor que no hacerla, nos pondremos a trabajar, aunque sea en el último minuto.
¿Qué tienen los tiempos límites, los plazos impostergables, que nos llevan a trabajar de manera tan conectada y veloz? ¿Por qué justo terminamos una tarea a minutos exactos de la hora límite?
Es que no nos dejan alternativa. Como cuando nuestros padres nos contaban hasta tres, si rehuíamos a algún deber de chicos; bastaba que llegaran en el conteo al número dos, con tono creciente y amenazante, para salir corriendo a terminar lo que habíamos dejado a la mitad. El conteo funciona hasta que ya sabemos que no nos va a pasar nada. La motivación extrínseca, es decir, la que me mueve a actuar por un premio o castigo, es poderosa y funciona con tiempos límites.
Si me ofrecieran un millón de dólares por hacer el mismo trabajo de 20 páginas en una hora, también lo acabaría.
Si bien es cierto cumplir con la tarea es lo que cuenta, estar corriendo todo el tiempo, tarde o temprano acabará con nuestro equilibrio personal, o peor, nos hará creer que somos increíbles y que no necesitamos ser más ordenados para lograr nuestros objetivos.
El jugar al límite, tiene eso, que a veces me puede ir bien y otras mal. De todas maneras, los plazos son importantes para cualquier objetivo en la vida y si uno está en un círculo vicioso de procrastinaciones, es un buen salvavidas para encaminarla por las sendas de la virtud.
Comentarios